Deathless en los Premios Lucas: Un nuevo incordio (y lección) de Ibeyi
Por: Antonio Enrique González Rojas
Una vez más, hay en esta edición de los Premios Lucas no pocos videoclips donde las destrezas narrativas, visuales, coreográficas y de posproducción los significan como hábiles y atractivas artesanías, no faltas de ingenio e imaginación. Pero se advierten subordinados, en su gran mayoría, a una algo rígida noción promocional, industrial, comercial, que los termina limitando en términos artísticos; que los despoja de esos demonios auténticos, angustias íntimas, preocupaciones metafísicas y miradas extremas que diferencian a los “autores” de los realizadores latos, tanto como a los demiurgos de los seres humanos.
Una barda conservadora y cautelosa demarca límites sordamente consensuados y no transgredidos por los directores cubanos, que en el más ancho mundo allende la isla, han sido expandidos, quebrados y reconfigurados por no pocos creadores de voluntad autoral y propositiva, con el beneplácito de públicos verdaderamente masivos.
Estamos en un contexto audiovisual donde las concepciones de lo digerible, lo comercial, y lo comunicativamente aceptable para las masas, están en plena mutación, en plena discusión con los cánones y los parámetros. Claro que no dejan de abundar tautológicos abordajes de fórmulas kitsch y facilistas, tanto como lo son muchos géneros y artistas promovidos. Pero ya estas corrientes estereotipadas no hegemonizan el mainstream estético-discursivo del videoclip en el mundo, sino que comparten con otras tantas líneas creativas que, por fortuna, lo matizan y enriquecen, mitigando ante los ojos críticos su habitual connotación peyorativa.
A diferencia del pasado año —donde descolló una pieza como la pensada por Joseph Ross para el tema Final obligado del instrumentista Joaquín Clerch—, en esta edición de los galardones de Lucas, carga prácticamente con todo el peso de la remoción de la inercia formalista, un videoclip como el del tema Deathless, dirigido nuevamente por Ed Morris para el dúo franco-cubano Ibeyi. Ya en la edición 19 de los premios, en 2016, su anterior colaboración para River, removió suficientemente las perceptivas de unos y las más ralas entendederas de otros, a la hora de asumirlo como verdadero merecedor del Lucas a Video el Año. Lo mismo para Final obligado, que hacía la brega difícil.
Mérito indiscutible para los organizadores de Lucas ha sido trascender nacionalismos ralos y endogámicos, por lo que quedan vadeadas las aun posibles objeciones sobre la nacionalidad del realizador de Deathless, que vuelve a conmocionar los meros fundamentos de la industria “videoclipera” cubana con su sobrio minimalismo; basado en una buena idea y en las dotes performáticas de las intérpretes hermanas, quienes desarrollan una suerte de elíptica representación del ciclo natural nacimiento-muerte-resurrección, del eterno retorno, del trascendentalismo reencarnacionista, que ha marcado de una u otra manera los sistemas mitopoéticos de toda la Humanidad. Ya se apele de una manera más racional a la regeneración de la especie sobre los cadáveres de sus ancestros; ya se apele de una manera mística a la permutación corporal de las almas sujetas a la ley del karma. El propio título del tema, que puede traducirse como “sin muerte”, ofrece claras pistas. Quizás Morris se optó por remontar con esta pieza —nominada en categorías como Mejor Videoclip del Año, Fusión y Efectos Visuales—, senderos psicoanalíticos para, a partir de la consanguinidad gemelar de Naomi y Liza-Kaindé Díaz, discursar sobre la siempre misteriosa naturaleza dual de los mellizos, sus aun inexplorados nexos mentales, y su ignota complicidad prístina, intrauterina, celular.
Una vez más, el británico hizo de la obviedad representacional (en River, las intérpretes estaban todo el tiempo sumergidas en el agua, cual ceremonia bautismal) un ejercicio de intensa y compleja semantización.
Las músicas, e indiscutibles performers, articulan con sus cuerpos, en constante permutación de los roles materno y de hija, causa y consecuencia, Alfa y Omega (y viceversa), una espiraloide secuencia de inmortalidades. Dinámica metáfora de la eternidad dialéctica, nunca inalterable, pero sí inexorable en su movimiento. Deathless discute además con la concepción evolucionista del modernismo progresista, y hasta con las puras nociones de avance y retroceso. Las mellizas se mueven en una dimensión donde no hay arriba ni abajo, ni atrás y adelante. Solo existe espacio, vida, movimiento, eternidad, donde la cosmogénesis quizás sugerida por el primer plano, con una posible Diosa Madre yaciente, reposada, es quizás mera continuación de un suceso previo, fuera del campo diegético explícito en el relato audiovisual. Así como el “final” dramatúrgicamente demarcado puede ser apenas el principio de otra secuencia genésico-tanatológica por venir. Así ad infinitum, mas siempre diferente, diverso. Ningún alumbramiento y cada muerte están filmados igual. Cada unidad dramatúrgica sugiere conflictos diferentes y avatares divergentes para sus “resucitadas” protagonistas: la eternidad no implica homogeneidad. El movimiento es también permutación, variación, irreversibilidad.
Deathless no deja de promover a dos artistas que protagonizan absolutamente el relato. No deja de dialogar con un tema musical. No comete ningún pecado capital de desobediencia a los propósitos básicos del videoclip. Pero a la vez, lo enaltece y legitima como arte audiovisual que hace mucho tiempo trascendió estrechas miras utilitarias, absurdas de por sí: pues las obras de este género parten de un contenido simbólico como la música, y no pueden más que alcanzar su verdadera medida en el reino de las ideas. ¿Le será escamoteado al proyecto Ibeyi/Morris de nuevo el merecido lauro a Video del Año? Muy probable.