Escuela para noveles realizadores: treinta años después
Por: Maya Quiroga
En 1987 nacía el Taller de Cine y Vídeo de la Asociación Hermanos Saíz, (AHS), un espacio liderado por el cineasta Jorge Luis Sánchez donde la llamada generación de los ochenta –con un sentido altísimo de pertenencia–, pudo canalizar sus inquietudes artísticas dentro del audiovisual cubano.
“El taller surge porque teníamos necesidad de expresarnos. Hacíamos cine porque sino reventábamos”, recordó el director de El Benny en un encuentro con realizadores e integrantes de ese movimiento que tuvo por sede el Centro Cultural Cinematográfico Fresa y Chocolate.
De aquella larga lista de fundadores algunos todavía están vinculados a la realización y la docencia en la Facultad de Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual (FAMCA).
Podemos recordar nombres como los de Gustavo Caraballosa, sonidista; Rigoberto Senarega, fotógrafo; Tania Ceballos, sonidista; Rafael Solís, fotógrafo; los realizadores Armando Arencibia, Rudy Mora y Juan Pin Vilar, las directoras de televisión Gloria Torres y Magda González Grau, el actor Patricio Wood, así como los cineastas Arturo Soto, Jorge Molina, Tomás Piard, Enrique Álvarez, Alejandro Gil y Jorge Luis Sánchez.
Esos grupos creativos vieron la luz, de manera espontánea, en varias instituciones que tenían como fin la producción audiovisual: el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), los Estudios cinematográficos de la Televisión, la Cinematografía Educativa (CINED) y los Estudios cinematográficos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), conocidos popularmente como La Fílmica.
Cada taller se reunía, después del horario laboral, para debatir de manera colectiva las ideas de guiones y presentárselas a los directores de su centro con el objetivo de que les asignaran los equipos para el rodaje, que se realizaba en horario nocturno al igual que la edición y postproducción de los materiales. Mientras los grupos del ICAIC filmaban en 35 mm, los de la televisión empleaban el formato de 16 mm.
En el encuentro se destacó la voluntad institucional de ayudar a los jóvenes realizadores. Desde el ICAIC contaron con la comprensión de Julio García Espinosa, el apoyo del cineasta Rolando Díaz, de José Antonio González, jefe del Centro de Información y del comunicador Mario Piedra, entre muchos otros.
Tania Ceballos, rememoró cómo entre 1987 y 1989, los estudios de La Fílmica se convirtieron en un lugar de gran efervescencia creadora gracias a la presencia de jóvenes egresados de varias carreras que encontraron allí, un punto de partida para hacer obras de mayor búsqueda artística. La Fílmica estaba dirigida por Ernesto López, quien años más tarde sería Presidente del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT).
En los Estudios cinematográficos de la Televisión los realizadores trabajaban con películas vencidas, reversibles y a color. “Eso nos dio la posibilidad de crear y de hacer cosas diferentes. Fue una etapa muy fructífera sobre todo para la creación”, señala Gloria Torres quien en 1990 dirigió junto a Magda González Grau el documental Querido y viejo amigo, acerca de las memorias de una jamaicana residente en la Isla de la Juventud.
Juan Pin Vilar, que ocupó cargos en la dirección nacional de la AHS, señaló que el taller les dio la posibilidad de conocerse y encontrarse. “La contradicción entre la base y la superestructura era el motor de la creación, el motor de lo revolucionario, con una nueva mirada sobre los hechos. Nunca perdimos el rumbo de que lo importante era hacer la obra”.
Por su parte, Patricio reconoció la labor de Sánchez quien siempre propició el debate y logró captar la presencia de maestros consagrados como Humberto Solás y Raúl Rodríguez. “Así se fue gestando un pensamiento, una actitud”, sentenció el actor.
El protagonista de El Brigadista se refirió a La Cojímar Film, una productora independiente gestada desde su hogar, en la década de 1970. Mientras, en el resto del país nacían otros grupos de cineastas que utilizaban cámaras de 8 mm y proyectores rusos, fáciles de adquirir en las tiendas del Comercio Interior.
En aras de organizar todo ese movimiento surge la Federación Nacional de Cine Clubes de Cuba, en la actual Casa de Cultura de Plaza de la Revolución, que tuvo entre sus fundadores a Sánchez, Senarega y Patricio.
Para Enrique Álvarez –representante de la televisión educativa–, aquellos años fueron privilegiados para el clima cultural, con Armando Hart al frente del Ministerio de Cultura, muy interesado en prestar atención al movimiento de artistas aficionados. De esa manera Arturo Sotto y el propio Enrique tuvieron la posibilidad de ingresar al ICAIC, sin contar con una formación profesional como cineastas.
Hace treinta años se celebraba la Primera Muestra de Cine Joven en el teatro del Museo Nacional de Bellas Artes, con el auspicio de la AHS. Grandes fueron las batallas acometidas por esos cineastas, comandados por el director de Cuba libre. Lograron visibilizar las obras de Sara Gómez y Nicolás Guillén Landrián y pudieron entregar el Premio Ópera Prima dentro del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.
“En la 4ta Muestra nos fuimos para el cine La Rampa. Afrontamos la incomprensión inicial por nuestras rupturas temáticas pero siempre apelamos a la responsabilidad individual de cada realizador”, resumió el director de Amigos y El cine y la memoria.
A partir de 1989, Cuba comienza a sufrir los embates del llamado Período Especial, como resultado de la Caída del Campo Socialista y el recrudecimiento del Bloqueo Económico de los Estados Unidos hacia la Isla. Corrían tiempos difíciles en la Mayor de las Antillas y, por ende, desaparecieron esos grupos creativos de cineastas emergentes.
En el año 2000 surge la Muestra de Jóvenes Realizadores, hoy Muestra Joven ICAIC, como espacio deudor del fundacional Taller de Cine y Vídeo de la AHS.