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Nuevo nombre para el Festival de Cine de La Habana

Por: Antonio Enrique González Rojas

Como la apropiación de un término deviene, a la larga o a la corta, su uso definitivo —cual dialéctica reformulación semántica que le permite dialogar con las épocas por las que transita—, al Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano le llegó su turno, proa a la celebración de sus cuarenta años de vida. Rebautizado durante decenios por la vox populi como Festival de La Habana o Festival de Cine de La Habana, la actual imagen que ya se promueve en sus medios oficiales de comunicación, redes sociales de Facebook e Instagram, y en su canal de Youtube, asume el segundo de estos calificativos.

Esto fue precedido por un anuncio de su Presidente Iván Giroud, quien en entrevista publicada en www.habanafilmfestival.com, apuntó que a “nivel comunicacional comenzaremos a nombrarnos Festival de Cine de La Habana. Insisto que será a nivel comunicacional pues el cambio de nombre no implica que el Festival abandone sus objetivos esenciales fundacionales: dar muestra de lo mejor del cine latinoamericano y lo más actual del panorama internacional. En modo alguno será  un cambio de rumbo ni una renuncia a sus propósitos estratégicos como plataforma de encuentro, espacio de reflexión y puente de integración de los cineastas y las cinematografías de Nuestra América. Esa fue la razón de ser de nuestros fundadores y lo seguirá siendo del Festival de Cine de La Habana. Queremos que la ciudad del Festival: La Habana, la ciudad que el próximo año llegará al medio milenio de ser fundada, sea parte visible de nuestro nombre. Será también nuestro pequeño reconocimiento a la ciudad que nos acoge”.

Entre líneas, y a escala más profunda, pudiera advertirse en esta declaración de Giroud una orgánica y saludable discusión con el término que intituló el evento desde sus orígenes: Nuevo Cine Latinoamericano. Un movimiento muy específico suscitado en el subcontinente en los años sesenta, que en verdad reconfiguró su faz fílmica desde la adopción de nuevos lenguajes, con el abordaje de temas y zonas culturales previamente invisibilizados en el campo audiovisual. Eso está más que claro. Pero en menos de dos décadas, lo mejor que pudo sucederle a este fenómeno fue, más que un fenecimiento como tal, la transmutación en un panorama más plural, heterogéneo, muchas veces impugnador de los postulados propuestos. Y habla a favor del pensamiento que respalda esta decisión. Aunque pudo haber sucedido mucho tiempo antes.

Todo movimiento artístico en sentido general está sujeto a la finitud, so pena de sucumbir en una decadencia enquistada que sepultará toda nobleza fundacional bajo el manto de la reacción, el conservadurismo y la antidialéctica más lata. Las suertes del Neorrealismo italiano, la Nueva ola francesa, el Cinema Verité, el Nuevo cine iraní, la Ola negra de Yugoslavia, el Cinema Novo Brasileño (acunado en el propio seno inclusivo del Nuevo Cine Latinoamericano), la Nueva ola rumana, Dogma ´95, y un largo etcétera, han coincidido —quizás como único rasgo común— en su terminación. Sobre todo en la catalización de otras tantas nuevas tendencias, sean o no consideradas movimientos conscientes, o siquiera confluencias estético-discursivas.

Entonces, su catalogación como sede o plataforma del Nuevo Cine Latinoamericano le ha otorgado al Festival de La Habana cierto aire de exclusividad, apenas percibido ya por las mayorías, dado su constante diálogo con los movimientos de la realidad. Más específicamente con los movimientos del audiovisual en América Latina y el Caribe, sin que falten espacios colaterales para el resto del mundo. Este propósito generalizador de “dar muestra de lo mejor del cine latinoamericano”, por pura obligación histórica contemporánea implica un deslinde con el movimiento que lo inspiró, definitivamente extinto como tal. Sustituido por un heterogéneo contexto principalmente donde sucede la coexistencia de disímiles escrituras fílmicas, con la diferencia misma como rasero.

El nuevo título asumido por el Festival responde entonces más coherentemente a su estructura interactuante con tal contexto. Pues las instituciones como este evento no están para dictar líneas de creación, sino como observatorios, promotores, facilitadores, y hasta gestores de las “generaciones espontáneas” artísticas. Amén de la inevitable parcialización de los comités de selección y jurados hacia determinadas formas de decir, y ciertos decires desde las formas.

Festival de Cine de La Habana sea pues. Justo al borde de cuatro décadas de existir, casi a partes iguales, en dos siglos. Despedida honrosa a una taxonomía imprescindible, pero ya preterida por ley natural, convertida en estrato inefable al que siempre habrá que retornar intelectual y artísticamente para relecturas, para redescubrimientos. Pero que ha dado paso a múltiples nuevos cines y nuevas generaciones de cineastas en esta parte del mundo. Desde esa perspectiva, el certamen de marras siempre será plataforma para un nuevo cine latinoamericano, —así, con intencionadas minúsculas— que es a su vez parte de una reconfiguración global de las propias nociones de nación y lo nacional, incluso de la propia identidad continental.

 

 

 

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