Des-homogenizando al sujeto homo en el cine cubano
Por: Berta Carricarte
Hace un año atrás, un colega que prepara cierto libro en torno a la representación del sujeto homosexual en el cine cubano, me preguntaba si películas tan trascendentales como Lucía (Humberto Solás, 1968) y Retrato de Teresa (Pastor Vega, 1979) constituyeron también un reclamo de otros sectores oprimidos, como los homosexuales, muchos años antes del estreno de Fresa y chocolate (Tomás Gutiérrez Alea, 1993).
Hasta donde sé, al calor de las transformaciones que vivía el país en esos años 60 y 70, había una sensibilidad movilizada en favor de combatir las desigualdades existentes entre mujeres y hombres. Se hablaba en términos de la “igualdad de la mujer”, de compartir con el hombre las tareas del hogar y la responsabilidad de la crianza de los hijos; se hablaba mucho del código de familia. También se estimulaba y se creaban condiciones para la plena incorporación de la mujer al trabajo. Ese es el origen de la creación de los círculos infantiles. Se promovía (en medio de una lucha permanente contra el machismo explícito) la construcción de una sociedad nueva, con una visión conciliadora de los géneros reconocidos: femenino y masculino. Por el contrario, la homosexualidad era vista como una conducta desviada, patológica, incompatible con la idea del “hombre nuevo”.
Dada las coyunturas sociopolíticas, el sujeto homosexual estaba casi ausente del escenario artístico de aquellos años. Incluso durante mucho tiempo después, su representación estaba asociada al choteo, a la ridiculización, al comentario jocoso y malintencionado.
Por más que me empeñe no logro recordar ningún momento del cine cubano de esos años donde se avizore una apertura o un tratamiento desprejuiciado hacia el homosexual. Tal vez hubo algún esbozo muy tímido, que ahora mismo se me escapa.
Por eso Fresa y Chocolate causa tanto impacto. Por primera vez, se deposita en una figura largamente desautorizada en el plano social, desprestigiada históricamente, incomprendida, etc, una serie de valores ético-morales, la defensa de la cultura, del patrimonio artístico y literario, del sentimiento de nación. Sin embargo, se depositan en Diego, un personaje vulnerable que, de hecho, no consigue vivir en el país que tanto defiende y ama. Se va de Cuba, como para darle la razón al extremista, amigo de David que dice: La revolución no entra por el culo. Y ese acto empaña todo lo anterior, porque lo convierte… en gusano, en traidor incluso a sus propias convicciones. No olvidemos que, durante mucho tiempo, quienes abandonaban el país eran considerados gusanos, apátrida, contrarrevolucionarios, después se les llamó escoria, lumpen; eso no se borra fácilmente del imaginario popular. Sin embargo, ahora que la emigración se ha disparado con premeditación y alevosía, son muchas, muchísimas las familias que tienen un pariente en el extranjero. Ahora, estén donde estén y sean como sean, sencillamente forman parte de la comunidad cubana en el exterior. De hecho, el último grito de la moda es la repatriación.
A esto añádase que la interpretación de Jorge Perugorría en Fresa y Chocolate vino a instaurar un modelo de gay oficial para la pantalla cubana. Diez años antes William Hurt había protagonizado un filme maravilloso: El beso de la mujer araña, basado en la novela homónima de Manuel Puig, y dirigido por el cineasta brasileño Héctor Babenco. Hurt interpretaba a Luis Molina, un homosexual que trata de conquistar a un revolucionario con quien comparte una celda, bajo cierto régimen dictatorial, en la época del Plan Cóndor para Latinoamérica. Hay muchas similitudes entre ambos roles, pero, sobre todo, el destino de ambos personajes (el de Hurt y el de Pichy) es desafortunado. Es como si nos dijeran que el gay está condenado al fatum con que viene a este mundo.
Más adelante me comentaba el colega que en la película Chamaco (2010), como en Verde verde (2011), La partida (2013), Fátima (2014), Vestido de novia (2014), Viva (2015) o El rey de La Habana (2016), se reiteraba la presencia del travesti (incluyendo al transformista), por lo que muchas personas lo consideran una figura saturada dentro del cine cubano contemporáneo. Y me preguntaba si yo compartía ese criterio.
Si el filme donde se presenta al travesti, lo hace como parte natural de la trama, integrado a la historia, para mí no hay nada que objetar. No creo que haya una directiva institucional que obligue a los realizadores a introducir un gay en cada filme. Si están ahí es porque habitan la misma realidad que el cineasta y que el espectador. Otra cosa es el tratamiento estético que se les da. Es posible que se empleen como “ingrediente adicional” para matizar las tensiones del relato con una figura “simpática”, o para “estar a la moda”. Si la presencia del travesti, no aporta más que el relleno o la pose, su repercusión en el público será de efecto redundante. Si se convierte en una fórmula, satura. De la misma manera que si se reitera la presencia de un personaje negro delincuente y marginal, o la apelación injustificada a la verborrea soez, o la presentación de la jinetera, como pieza del “folclor” contemporáneo, junto a los no menos “folclóricos” babalawo e iyawo, o la recurrencia a las escenas de sexo en plan de pura gimnasia cinematográfica. Hay personas que también se quejan de la reiteración de esas figuras. Para mí, es lo estético lo que determina; lo importante es la calidad de la representación y no la presentación misma; es el cliché lo que atenta contra la credibilidad. Véase una película que pudiera parecer homofóbica y racista como Juan de los muertos, en la que todas las desviaciones del estereotipo moderno burgués son liquidadas: la prostituta, el travesti, el negro, la vieja. Sobrevive la pareja blanca, joven que, además, se marcha a Estados Unidos a construirse un futuro mejor, lejos de la pesadilla que reina en la Isla. ¿Cuántas películas cubanas proponen como solución el viaje a futurolandia-USA? Hay muchos clichés en el cine cubano, si nos ponemos a ver.
En cambio, hay ejemplos donde el sujeto homosexual ha recibido un tratamiento elegante, yo diría que hasta hermoso. En su película La ciudad, Tomás Piard aborda, con ese sentido apolíneo que tiene toda su obra, el reencuentro de dos hombres (muy bien interpretados por Patricio Wood y Omar Alí), uno de los cuales se había marchado de Cuba amando al otro sin llegar a ser correspondido. O por lo menos no se aclara si el otro lo quería de la misma forma.
Eso es algo fascinante del filme, que deja abierta la interpretación. Hay muchas formas de vivir la sexualidad incluso dentro de los estrechos rangos de hetero, homo y bisexual, de manera que no son esas las únicas figuras que existen, en las que se puede manifestar el amor sexual. A veces tenemos esquemas, funcionamos con esquemas que la cultura nos ha implantado. La cultura es una máquina de crear patrones, mitos, complejos, falacias, fenómenos que lastran el verdadero desarrollo humano; (quizás por eso, Lao-Tse despotricaba tan rabiosamente contra la cultura), y justo el cine es uno de los medios más eficaces para construir estereotipos. ¿Cuántos jóvenes o adolescentes que se inician en la sexualidad, no lo hacen siguiendo los patrones ofrecidos por la televisión y el cine? Muchas veces el modelo de homosexual que estamos viendo en pantalla es la copia, de la copia, de la copia. Si interrogas al actor que hace un personaje homo, te dirá seguramente que “estudió” al gay del barrio, habló con no sé cuántos gays, y a partir de ahí armó el personaje. Ese personaje es un refrito de mil personajes montados ya en la calle, que se repiten en sus gestos, ademanes, florituras vocales y dicharachos; y eso es lo que satura al público, la falta de originalidad y de autenticidad.
Pero Tomás Piard se desvió del prototipo trillado y construyó una historia sencilla y al mismo tiempo nostálgica sobre un amor postergado, nunca consumado. Un amor que todo el mundo puede entender y con el que todo el mundo se puede sensibilizar sea cual sea su orientación sexual.
En Espejuelos Oscuros (Jessica Rodríguez, 2016), hay una historia impresionante de un esbirro homosexual. El nivel de sutileza conque está planteado el tema, la enorme complejidad sicológica del personaje, la situación sui géneris en la que se cruzan las vidas de los protagonistas, el tratamiento dramatúrgico…; en fin, se trata de un relato de una envergadura y una proyección verdaderamente revolucionaria, para el contexto actual de este país. Es decir, si bien la industria oficial (salvo excepciones) es pacata, torpe, anquilosada y retrógrada en cuanto al tema, hay una avidez extraordinaria en los jóvenes realizadores que hacen cine independiente (incluyo por supuesto a Fernando Pérez en esta nómina), por los temas y la representación de sujetos diversos que participan en el debate de la mirada de género en el audiovisual contemporáneo.
También hay una película de enorme ternura, Santa y Andrés, donde el director Carlos Lechuga, asume una estética visual naturalista para abordar un tema profundo. En esta película también se ofrece una visión menos pedestre y mucho más humana de un sujeto homosexual. Propone un personaje lleno de nobleza y de una vida ejemplar en su franciscana sencillez. Para el momento histórico al que se refiere el filme, Andrés es un intelectual estigmatizado por lo que escribe, además, no hay que olvidar que en El socialismo y el hombre en Cuba, el Che plantea que la culpa de muchos intelectuales residía en el pecado original; no son auténticamente revolucionarios. Por lo tanto, Andrés está condenado en sus tres dimensiones: por intelectual, por no crear una literatura que esté “dentro de la revolución” y por ser homosexual. Pero, además, la película plantea una mirada muy interesante sobre la complejidad de las relaciones hombre-mujer en tanto roles derivados del habitus (según estima Pierre Bourdieu en ese ensayo fabuloso titulado La dominación masculina). Andrés, que es un individuo totalmente desamparado desde el punto de vista sentimental, mendiga un beso del tipo bajo y vil que lo chulea; sin embargo, rechaza el beso que espontáneamente quiere darle Santa. ¿Por qué? Porque su aprendizaje cultural lo limita al rol gay. Santa podrá ser una inculta, pero es infinitamente más valiente y más libre que Andrés. Santa es un personaje bello, cuya rebeldía latente, ha heredado de la Lucía de Humberto Solás.
Por otra parte, hoy día, tampoco se puede hablar de una ausencia total del sujeto lésbico en el cine cubano. Estado Civil: Unidas (dirigido por una joven ya graduada de la FAMCA, Carla Valdés León) es una historia cortita sobre dos ancianas que se aman y están llenas de proyectos de vida en común. Otro ejemplo es Un instante (con dirección de Martha María Borras) en la que dos vecinas (una de ellas joven y casada) sostienen una relación amorosa clandestina. Hay una insinuación de relación lésbica en Todavía, de Glorimar Marrero; otra vez dos vecinas entablan una relación cómplice, en busca de la felicidad. En Despertar, (dirigido por Denise Soares), predominan los fantasmas de la autocensura, al dejar en un angustioso callejón sin salida el vínculo amoroso que involucra a dos mujeres maduras. Valga citar otro ejemplo: La cabeza dentro del agua (de otra joven cineasta, Violena Ampudia), que trata el tema de los celos, en este caso dentro de una pareja compuesta por muchachas, cuya estabilidad peligra con la llegada de una tercera.
En lo particular estoy en contra de hablar de «la lesbiana». Para mí no existe la mujer, el homosexual, la lesbiana. Para mi existen seres humanos diferentes que expresan de diverso modo sus preferencias sexuales y amorosas en general. Insisto en eso porque me parece reduccionista pensar que una mujer que se enamore de otra se convierte automáticamente en algo llamado lesbiana, o un hombre enamorado de otro, es “algo” que se define como gay.
Sí, creo que desde el arte se puede ayudar a transformar el mundo. Un cineasta cubano que trabaja fuera de la Isla, Rodrigo Barriuso, recibió el premio principal en la categoría de Ficción hace un par de años, en la Muestra Joven ICAIC. Su cortometraje se desarrolla en una casa en el centro de Toronto, donde viven Dorian y su padre, quien se siente perplejo al descubrir las inquietudes sexuales de su hijo adolescente. No se conforma con que este chico sensible y alegre ya no sea un niño. Aquí vemos la sobreprotección filial y la angustia que domina a un padre ante el descubrimiento de que su hijo, síndrome de Down, se está abriendo a una sexualidad homoerótica. For Dorian es una historia que podía haberse escrito y rodado (con pequeñas adecuaciones al contexto), en Cuba, en Argentina, en Suecia o en Viet Nam. La originalidad del argumento, la excelente puesta en escena, la fabulosa dirección de actores, se unen a la visión humanista y desprejuiciada del joven realizador. ¿Qué más se puede pedir?