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Memorias del cine

Juan Padrón no se fue ¡Eso habría que verlo, Compay!

Por: Maya Quiroga

Durante su infancia Juan Padrón Blanco (29 de enero de 1947- 24 de marzo de 2020) era un gran fanático de cómics e historietas como Superman, Los halcones negros, Mandrake el mago, El Príncipe Valiente y Popeye el marino*.

Con solo 12 años ya el bichito del Séptimo Arte se había apoderado de él. Junto a su hermano Ernesto (autor del largometraje animado Meñique) y su primo Jorge Pucheaux (uno de los camarógrafos de animación y trucaje de efectos especiales más importantes del cine latinoamericano) realizaban películas silentes policiacas, de guerra y de ciencia ficción nacidas de su imaginación con una pequeña cámara de 8 milímetros, Kodak Brownie e incursionaron en la animación cuadro a cuadro.

Fue allí en su natal Jovellanos, provincia de Matanzas, donde Juan escuchó hablar, por vez primera, del Departamento de Animación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic). Por eso decidió venir a La Habana en pos de su sueño. En 1963 comienza su carrera artística como dibujante de historietas humorísticas para el suplemento estudiantil Mella.

También se desempeñó como camarógrafo de mesa de animación en la sección fílmica de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y pudo entrar en contacto con el Departamento de Animación Especial del Icaic donde se hacían animaciones para la Enciclopedia Popular y los créditos de todas las nuevas películas, así como la cabecera del primer Noticiero Icaic Latinoamericano.

Entre las mesas de animación movidas por maniguetas, cámaras de los años 20 y una cámara Oxberry apreció películas de animación diferentes a aquellas que tanto había disfrutado en su niñez. Aprendió a emplear la tinta china y a rellenar acetatos. Se nutrió de los saberes acumulados en los talleres de muñecos de los Fleitas, ubicados cerca del río Almendares, en el sótano del laboratorio Cuban Colors.

De allí se fue un tiempo a la recién creada Sección de Producciones Fílmicas del ICR (hoy ICRT) donde se desempeñó como animador diseñador de la película ¡Viva papi!, dirigida por el australiano Harry Reade.

Mientras se mantenía laborando como guionista y diseñador de escena en los Estudios de animación del ICR, colaboró con el diario Juventud Rebelde como animador de las series Vampiros, Verdugos y Piojos.

Unos años después, obedeciendo a una petición de la Unión de Pioneros de Cuba (UPC) trabajó en su sección de Propaganda donde nació en 1970, en el semanario Pionero, su personaje del coronel Valdés en una historieta que luego pasó a otros soportes como carteles, juegos de mesa, aviones de papel y papalotes ilustrados.

Entonces, para fortuna de los niños cubanos, la dirección de la UPC le propuso a la presidencia del Icaic convertir la historieta del coronel mambí en películas animadas. En el año 1974 ingresa oficialmente al Icaic como director de cine de animación y esa sería, para siempre, su segunda casa.

Por aquellos tiempos fundacionales “nadie sabía hacer dibujos animados impecables. Todos aprendimos a hacer muñequitos con pésimas, horribles y regulares películas”, recordó Padrón hace doce años justo un 24 de marzo cuando recibía el Premio Nacional de Cine en la sala Charles Chaplin*.

En los viejos estudios se hacían los “muñequitos” a la usanza de los años 30 con pinceles, plumas, pinturas y cartulinas. Las carencias materiales no amilanaron a nuestros pioneros del cine de animación revolucionario, ese que está celebrando en 2020 su aniversario número 60. Los animadores pintaban sobre el acetato que usaba Medicuba para las pastillas y con pintura de vinil para paredes, mezclada con talco Bebyto.

Las imágenes se impresionaban en una cinta, cuadro a cuadro, y se dibujaba con un lápiz graso sobre las superficies. Luego se cortaban, pegaban y montaban como en video hasta lograr películas con un “olor riquísimo, que no se olvida nunca. No obstante, prevaleció en todo el colectivo de los Estudios de animación ese espíritu de inventar, de no hacer papelazos, de salirte con la tuya siempre, de definir los errores como efectos especiales y buscar cómo darle golpes bajos a la técnica…”.

Para el autor del primer largometraje animado (Elpidio Valdés, 70 minutos, 1979) la clave del estilo de animación cubano radica en las historietas auténticas y originales, el montaje vertiginoso, escenas de gran colorido, una banda sonora alegre, música y efectos impresionantes.

Sin dudas, Elpidio Valdés ha sido su héroe más entrañable y carismático. Desde su nacimiento obtuvo la aprobación entusiasta del público infantil y adulto a tal punto de devenir una suerte de personaje animado nacional.

Considerado por muchos como el más exitoso de los animadores cubanos “sus vampiros poseen un erotismo raro, tocado por la picaresca popular”, expresó su amigo Reynaldo González, Premio Nacional de Literatura.

Por eso no es de extrañar que también resultara acreedor del Premio Nacional del Humor (2004). Es el padre de Vampiros en La Habana (1985), su tercer largometraje, todo un clásico del cine de terror animado; del personaje Celedonio (1983), de la serie de chistes Filminutos (el Filminuto 1 está considerado como la primera obra maestra del dibujo animado cubano) y es coautor de la serie Quinoscopios, junto al humorista argentino Joaquín Lavado (Quino). “Reírse es más saludable y uno es más feliz riéndose que con la tragedia”, me confesó Padrón hace doce años.

Lo cierto es que Juan Padrón no se ha ido. ¡Eso habría que verlo, Compay! En el imaginario colectivo vivirán por siempre sus personajes llenos de cubanía que han hecho reír a millones de personas en Cuba y allende los mares.

Hoy decimos junto a su entrañable insurrecto Elpidio Valdés, homenaje eterno a nuestros mambises que lucharon contra el colonialismo español: ¡Hasta la vista, Compay!

*Citas tomadas de las palabras de agradecimiento de Juan Padrón Blanco pronunciadas el 24 de marzo de 2008 en la sala Charles Chaplin en ocasión del Premio Nacional de Cine.

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