Dolores Calviño: Dios no está en todas partes
Por: Valia Valdés
Fotos: Cortesía de la entrevistada
Lola Calviño cursó la educación primaria desde los cuatro años en el colegio de “La Inmaculada” dirigido por las “Hijas de la Caridad”, de las cuales asimiló la vocación de ayudar y compartir. Al vivir muy cerca de ese colegio, contribuía en la atención al asilo de niños y estaba siempre presente en todas las actividades de la iglesia, lo cual sembró en ella profundos sentimientos cristianos y la vocación de colaborar con el prójimo al ser testigo del altruismo de aquellas religiosas. Cuando comienza la Campaña de Alfabetización, ya en su escuela se hablaba de auxiliar en esa tarea. Lola solo tenía once años en ese momento.
¿Cómo es posible que, con solo once años, sus padres le hayan permitido marchar a la Campaña de Alfabetización?
Cada vez que aparecía la convocatoria de la Campaña en el televisor yo empezaba a llorar, mi padre argumentaba que desde mi colegio podía enseñar, pero yo insistía en que mi lugar estaba donde más necesidad había. Al final accedió, pero sólo me dijo: Dios no está en todas partes. Él era médico, conocía la realidad de Cuba y tenía razones que yo todavía desconocía para decir eso.
¿A qué provincia la destinaron?
Me situaron en Bayamo. Creía que estaba cumpliendo una misión religiosa, no entendía de política, no hice más que seguir la formación que había recibido que era dar y lo único que podía ofrecer era mi educación. Usaba una medalla religiosa sobre el uniforme de alfabetizadora y fue impactante ver los destrozos que, en nombre de la revolución, habían ocasionado a la catedral de la ciudad. Dormía todas las noches en el altar del destruido recinto llorando y pidiendo perdón para los profanadores. A la semana, me llevaron a la casa de un campesino carbonero en Guisa.
¿Le encontró sentido a las palabras de su padre sobre que Dios no estaba en todas partes?
Si, la miseria que encontré en aquella zona, la situación en que vivían esas personas no me la podía ni imaginar, pero todo lo que viví me reafirmó que aquel era el lugar en el que tenía que estar.
¿De qué manera fue acogida por la familia que debía alfabetizar?
Debido a mi edad, ellos no creían que yo podría enseñarles nada, pero me aceptaron.
¿Qué recuerda de aquella experiencia?
Me bañaba en el río junto a la esposa del campesino y sus dos niñas para las cuales yo era una amiguita con las que jugaban. Ellas se desnudaban y yo me bañaba con el traje de brigadista, justificando que de esa manera lavaba el uniforme pues mis normas eran otras, pasó mucho tiempo para que yo me quitara la ropa delante de ellas. La casa era un bajareque, solo comíamos yuca, boniato y arroz. Dormía en una hamaca y le pedí a mis padres que me enviaran todos mis juguetes para repartirlos entre los niños de la zona, que solo contaban con algún muñeco de trapo. Fue una experiencia muy fuerte ver el abuso de los terratenientes hacia los campesinos y otras situaciones difíciles que nunca antes pude sospechar y que me hicieron comprender que Dios no había llegado hasta allí.
¿Cuándo logró alfabetizar a aquella familia, donde la ubicaron?
Me situaron en una escuela en Caimito del Guayabal, enseñando a personas que sabían leer y escribir muy elementalmente. Allí vi a Fidel por primera vez, fue la ocasión en que él propuso la idea de las escuelas en el campo.
¿Cómo fue su regreso a la Capital?
Volví a la escuela religiosa y le conté a las monjitas que había cumplido con la misión que Dios me había dado. Ya me sentía dueña de mis decisiones y mi familia me apoyó. Continué mis estudios asumiendo responsabilidades como dirigente estudiantil, conocí de teoría política y viví un proceso que me alejó de la religión, pero no de la vocación de dar. Me gradué de Humanidades en la Universidad, especializándome en Arte Latinoamericano.
¿En qué forma se vincula a la televisión universitaria?
Junto a Jorge Gómez, Alberto Falla, Tony Lechuga y otros más, comenzamos a escribir guiones, investigar y realizar programas. Trabajamos con Eduardo Moya y nos incorporamos al ICR. Cuando me gradué quise continuar en esa labor, pero me ubicaron en el ICAIC.
¿Fue usted una de los primeros recién graduados universitarios que entraron al ICAIC en 1974?
Sí, los primeros graduados fuimos Gloria Maria Cossío, Isaac Ramírez y yo. Mi interés era trabajar en la televisión y así se lo hice saber a Alfredo Guevara, el cual me ordenó quedarme en el ICAIC.
¿Qué conocimientos tenía sobre el medio cinematográfico en ese momento?
Durante un año de la carrera había recibido clases de cine con Jorge Fraga y a esas conferencias fueron invitados: Alfredo, José Massip y varios diseñadores de carteles. La experiencia de la televisión universitaria me permitió conocer en la práctica que los actos de creación abarcaban un amplio espectro y la utilidad del trabajo en equipo por lo que pensaba que debía continuar allí.
¿Cómo fueron sus primeros años en el ICAIC?
Estuvimos los dos primeros años aprendiendo de todas las especialidades del cine. Alfredo tenía una política de cuadros que comparto. Consistía en acumular experiencia en todas las instalaciones y comencé en el departamento de partes y piezas, durante dos meses. En esa área se rehabilitaban y creaban las piezas de las cámaras, los equipos de proyección, de iluminación y muchos más. Debido al bloqueo solo contábamos con equipamiento añoso que los técnicos se dedicaban a hacer funcionar, como, por ejemplo: la cámara Mitchell, con la que se realizaron tantas películas. Así continué ganando formación en todas las áreas productivas; al mismo tiempo Alfredo orientaba nuestras lecturas y nos educaba.
¿Puede referirse a su trabajo artístico dentro del cine cubano?
Trabajé en producción y como guionista con Juan Carlos Tabío, Luis Felipe Bernaza y Humberto Solás hasta que Alfredo me sitúa en la dirección de Relaciones Internacionales junto a Pastor Vega.
Usted ha estado vinculada a momentos fundacionales trascendentes relacionados con la cinematografía latinoamericana, ¿puede referirse a algunos de ellos?
Con los cineastas de América Latina se había hecho un trabajo político enorme. Desde que Alfredo asistió al Festival Internacional de Cine de Viña del Mar, entendió que era necesario unirlos a todos en la Habana y trabajar por la cinematografía del continente. Fidel apoyó la creación del Festival de Cine Latinoamericano y el Comité de cineastas impulsó ese y otros proyectos, como fueron: la Fundación y la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. Ya existían escuelas de cine en países como México y Argentina, pero se pensaba en una escuela para Latinoamérica, a lo que el Comandante agregó África y Asia. A mí me tocó presentarle a Fidel ese proyecto, en el que trabajaron intensamente García Márquez, Fernando Birri, Julio García Espinosa, Manolo Pérez, el arquitecto Oscar Ruiz de la Tejera, además de otros compañeros. Más tarde Birri me nombró vicedirectora de la escuela, de la cual formé parte activa hasta el año 2000, aunque sostengo la actitud de hacer todo lo que pueda por ella, al igual que sus graduados.
¿A qué se dedica en estos momentos?
Luciano Castillo, como director de la Cinemateca de Cuba y yo como vice-directora nos compartimos las responsabilidades. Ahora mismo, a petición suya, estoy escribiendo un libro titulado: “Julio por Julio”, que parte de toda la documentación del cineasta Julio García Espinosa, quien también fue director de la EICTV.
Usted ha mencionado al director Julio García Espinosa, Premio Nacional de Cine, quien fue su esposo y al que se sintió atraída por una fuerte admiración, ¿en qué forma resumiría su personalidad?
Julio, como intelectual, como artista, se adelantó a su tiempo. Era un hombre de unas dimensiones enormes. Fue una pena que no hiciera más películas; una vez me dijo que sí volvía a nacer, haría lo mismo, dedicarse a la ayuda y a la formación de los cineastas.
Sugerencia de la autora: Jerónimo Labrada: yo fui Alfabetizador
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