El bello Judas entre ratas, cerdos y panteras
Por: Berta Carricarte
Sé que los premios, distinciones y galardones son casi siempre polémicos, ya sea porque se entregan a destiempo o porque responden al capricho de una claque, que privilegia a unos en detrimento de otros. Pero yo quiero que alguien me explique en qué pudo basarse la sacrosanta academia de Hollywood, para entregar el Oscar de actuación secundaria a Daniel Kaluuya por Judas y el Mesías negro (Shaka, King, 2021).
El filme estadounidense recoge un fragmento de la historia de las luchas civiles en EEUU, al contar el proceso de infiltración del delincuente Bill O´Neal (Lakeith Stanfield) en las filas de los Panteras Negras de Chicago, con el objetivo de desarticular la izquierda nacionalista. En el proceso conoceremos la hibridación ideológica que caracterizó a esos diversos grupos, fascinados con las ideas de Franz Fanon, Malcom X, Martin Luther King, Mao Tse –Tung, Che Guevara, Régis Debray, Patricio Lumumba, Marcus Garvey, Ho Chi Minh, Marx, Lenin, Stalin, Trosky y, por supuesto, Fidel Castro.
Actor, escritor y modelo británico de 32 años, Daniel Kaluuya ha participado en varias series de televisión. Por ejemplo, en uno de los episodios de Black Mirror (Fifteen Million Merits) donde ya me pareció inadecuado para el papel que desempeña. Tuvo a su cargo al traidor W´Kabi en Black Panther (2018), personaje para el que se pinta solo, no tanto por sus habilidades histriónicas, sino porque él, en sí, es bastante grotesco como para encajar sin mucho esfuerzo en un perfil antipático.
Lejos de advertir esta predisposición fisonómica de Kaluuya (o quizás valiéndose de ella, sospecho) el director pone en juego su apariencia de hombre torpe, regordete, chambón, de espalda corva, de ojos saltones y andar lerdo, para dar carne y vida a Fred Hampton, chairman o segundo al mando de los Black Panthers. Error de casting imperdonable en una película con meticulosa fotografía y notable banda sonora. A menos que fuera una elección intencional, no solo para demeritar la figura histórica del líder, sino para generar un repudio de forma subliminal contra lo que él representó.
A solo unos meses del escandaloso asesinato de George Floyd el sistema refuncionaliza sus paradigmas utilizando los mecanismos de la cultura de masas. Sabemos que el cine convencional o mainstream funciona a base de códigos, uno de los cuales reza: el bueno es lindo, el malo es feo. Este principio esteticista que venimos arrastrando desde Platón está genéticamente arraigado en la colonialidad mental del espectador promedio.
Director, guionista y productor, King se había lanzado en su primer largo Newlyweeds (2013), al abordaje de un drama con tintura de comedia donde retrata a una pareja negra que desperdicia su vida en el compulsivo consumo de cannabis y hachís. Para el protagónico masculino elige a Amari Cheatom, un actor de buena apariencia física que, en Judas… interpreta un secundario. Es decir, tenía al tipo ideal para encarnar a Fred Hampton. Sin embargo, se decanta por Daniel Kaluuya. No lo entiendo.
Ahí estaba, también disponible, Kelvin Harrison Jr., de 27 años y excelente fotogenia, actor, músico, instrumentista y cantante. Ya había interpretado a Fred Hampton en su breve aparición en El juicio de los 7 de Chicago (2020). Ah no, pero tampoco le gustó a King para repetir al mismo líder en su película.
En otro orden de reparto, Jesse Plemons encarna a Roy Martin Mitchell, oficial del FBI y padre de familia. Roy es un hombre blanco que se autodefine como defensor de los derechos civiles siempre y cuando no sean esgrimidos mediante la violencia. Sin embargo, obedece a la perversidad del sistema político judicial norteamericano, que veía en la organización y legítima lucha de la comunidad negra, una real amenaza al status imperante.
En su ceguera clasista, Roy intenta equiparar los crímenes del Ku-Klux Klan, con los desmanes eventualmente cometidos durante las décadas del 60 y el 70, por las diferentes facciones en boga, en las cuales militaban los afroamericanos y otros luchadores antimperialistas, que se creían llamados a hacer estallar la revolución mundial del proletariado. La tesis del filme descansa en la frase, dicha por Roy a Bill, casi con ternura, como cuando el hermano mayor aconseja al benjamín: “No te dejes confundir por Hampton. Las panteras y el Klan son la misma cosa. Su objetivo es sembrar el odio e inspirar el terror.”
Tal como lo cuenta King, a veces se tiene la impresión de estar viendo una película de gánsteres, por la atmósfera de tensión entre los diferentes bandos guerrilleros, por la constante incitación a la violencia “revolucionaria” y por lo intimidante que resulta ver tantos hombres uniformados, con armas y actitud belicosa. Más allá de la crudeza de los hechos narrados, se siente la punición sobre una izquierda dividida, fragmentada y desmoralizada, cuya némesis terminó siendo, veinte años después, el colapso del bloque socialista.
Jesse Plemons, a sus 33 años posee una extensa filmografía que incluye El irlandés (Martin Scorsese, 2019) y The Power of The Dog (Jane Campion, 2021). Así mismo se destaca en series televisivas como la segunda temporada de Fargo (2015) y en el episodio USS Callister, de Black Mirror (2017) con su excelentísimo Capitán Robert Daly. En Judas… Plemons luce insuperable, por su profunda inmersión en el personaje, a partir de la selección y el control de sus herramientas expresivas.
Administra su gestualidad y cada uno de los estados anímicos que le toca expresar con infinita y natural sutileza. Su Roy fue caracterizado de modo tal que parece, como el resto de los actores blancos que representan a la clase rica y dominante, un acicalado cerdo dominguero. Aplausos aquí para el diseño de producción que supo complementar a través del vestuario y el maquillaje, la apariencia física señalada con el apelativo displicente de pigs (cerdos), usado por los explotados contra los explotadores, según costumbre de la época.
Nadie más que Plemons tenía derecho a disputar ese premio de actuación a Lakeith Stanfield. Este último, con una sonrisa que es un sueño. Delgado, apuesto, carismático, empieza con una expresión de niño malcriado, pillo y estafador. Tarambana de primera. Delincuente tramposo y pícaro, inescrupuloso, carente de ética, prefiere evadir unos añitos de cárcel, sirviendo de soplón para el FBI. Evoluciona hacia el terror ante la posibilidad de ser descubierto y linchado por sus camaradas.
Como va cayendo cada vez más hondo, no le alcanza su bellaquería para vivir sin sobresaltos en la dualidad de ser una rata inmunda para los pigs y, al mismo tiempo ostentar el cargo de Ministro de Defensapara los niggers, forma despectiva impuesta por los racistas blancos, y que los propios negros americanos solían usar entre ellos, según hemos visto en otras películas que tocan el tema racial en los últimos tiempos, como Ma Rainey Black Bottom.
Hay mucho que decir de este Hampton que pinta King. De acuerdo, Kaluuya no lo hizo mal. Solo digo que el traidor resulta mucho más atractivo, fascinante empático, cool y sexy que el “héroe”. Pero, además, Lakeith Stanfield es cien veces más actor que Kaluuya. Con lo que, ni entiendo la selección de King, ni el premio de la Academia. No era cosa de poner cualquier negro ahí. Si usted no nota la diferencia, no se preocupe, tal vez le falta entrenamiento visual. Para muchos en este mundo, todos los chinos se parecen y todos los negros somos iguales.
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