Sigue sonando “bonito y sabroso”
Benny Moré a los 58 años de su muerte
Sigue sonando “bonito y sabroso”
Por: José Dos Santos
Como bailaban mambo las mexicanas a las que les cantó, el Bárbaro del Ritmo puede seguir siendo disfrutado porque su sonido tiene validez eterna, por lo “bonito y sabroso” de su arte.
Su música no es difundida hoy en Cuba como merece, opacada por la multiplicidad de sonidos contemporáneos que inundan espacios televisivos y radiales, a veces tan repetitivos que casi todos los grupos y orquestas suenan muy parecidos.
Ninguno de los actuales de moda llega a los cinco millones 320 mil entradas en internet como ostenta Benny ni cuentan con 320 mil videos en la red de redes. Algo para meditar.
Como escribiera en 2020 Germán Gorraiz López, en Telesur: “Benny Moré: Más vivo que nunca a 101 años de su nacimiento”, expresión a la que añadió: “Considerado uno de los cantantes cubanos más polifacéticos, se mantuvo fiel a la herencia musical de la isla”.
Bartolomé Maximiliano Moré Gutiérrez, el primero de 18 hijos, murió el 19 de febrero de 1963 en plena madurez musical. Como señalan algunos textos: “además de un innato sentido musical, estaba dotado con una fluida voz de tenor que coloreaba y fraseaba con gran expresividad”.
Tan temprano como en 1935 formó parte de su primer conjunto musical en su natal Santa Isabel de las Lajas. En 1940 en La Habana, vivía precariamente, tocando en bares y cafés y pasando después el sombrero. Su primer éxito fue ganar un concurso en la radio.
Fue en la emisora CMQ, que tenía un programa llamado Corte Suprema del Arte, cuando en un segundo intento obtuvo el primer premio. Entonces consiguió su primer trabajo estable con el conjunto Cauto, al que siguieron otros hasta su incorporación a los Matamoros, con los que realizó numerosas grabaciones.
Momento decisivo en su vida llego en junio de 1945 cuando viajó con el Conjunto Matamoros a México, donde actuó en famosos cabarets de la época y realizó varias grabaciones.
Es de entonces, entre otros temas, su grabación “Bonito y sabroso”, con la gran orquesta de su compatriota Dámaso Pérez Prado, canción que sería la primera en registrar en su tierra natal, a inicios de los años 50.
El resto es historia muy conocida del más genial artista popular que ha existido en la isla. Es el símbolo, el mito, la leyenda, como el resumen de la música popular cubana.
Una curiosidad sobre la que me detengo la constituye el equipo de músicos que le ayudó a dar forma a su gran talento autodidacta.
No aparecen datos precisos sobre el origen de la denominación con la que se dio a conocer la Banda Gigante, o “La Tribu”, como él le llamaba, cuya primera actuación tuvo lugar en el programa Cascabeles Candado, de la emisora CMQ, y la componían destacados músicos, sólo comparable en tamaño con la “big band” de Xavier Cugat.
El haber trabajado con las grandes formaciones de Pérez Prado en México y también con la de Bebo Valdés, en La Habana, en la emisora RHC Cadena Azul, deben haber incidido sobre con cuántos y con quiénes quería arroparse.
Era, además, la etapa final de la época de apogeo de las “big bands” de jazz, que proliferaban más allá de su territorio original, Estados Unidos. Recién el swing comenzaba a ser desplazado por el bebop y se iniciaba el auge de los combos y otros grupos de pequeño formato.
En 1953, el Bárbaro del Ritmo conformó su propia agrupación y según fuentes serias, sus integrantes fueron: Eduardo Cabrera “Cabrerita”, en el piano; Alfredo “Chocolate” Armenteros, “Rabanito” y Corbacho, en las trompetas; Miguel Franca, Santiaguito Peñalver, Roberto Barreto, Celso Gómez y Virgilio Bizama, en los saxofones; José Miguel, en el trombón, Alberto Limonta, en el contrabajo; Rolando Laserie, en la batería; Clemente “Chicho” Piquero, en el bongó; “Tabaquito”, en la tumbadora; y en los coros Fernando Álvarez y Enrique Benítez.
A esta banda también perteneció un destacado en la historia jazzística cubana: el camagüeyano Jorge Varona, quien comenzó su andar profesional hacia 1947 en la Orquesta de Jazz de Ángel Mola. Él se establece en La Habana en 1959 y trabaja, entre otras agrupaciones, con la Orquesta Sabor de Cuba, de Bebo Valdés, y la de Walfredo de Los Reyes Sr, antes de integrar la Banda Gigante del Benny, con la cual permanece hasta la muerte del «Bárbaro del Ritmo», en 1963. Cuatro años después estuvo entre los fundadores de Irakere.
En 1956 y 1957 realizó un periplo musical por ocho países de América. A las invitaciones respondía: «… yo voy, pero va mi orquesta…» y presionaba para que su tribu lo acompañara. Todos los músicos de su orquesta lo adoraban por su nobleza, simpatía, sencillez y desinterés.
Desde 1958 cuando se le detecta padecer de cirrosis hepática, los méritos de Benny van de la mano al reconocimiento público, como fue, en 1960, recibir un Disco de Oro en Cuba de parte de la R.C.A. Victor Discuba.
En su ejecutoria resalta que, a principios de la Campaña de Alfabetización, en 1961, se presentó regularmente y de forma gratuita en el Anfiteatro de Varadero ante los alfabetizadores de la Brigada Conrado Benítez.
En 1962, ya enfermo, no descansaba y fue invitado de honor del Primer Festival de Música Popular Cubana, efectuado en el teatro Amadeo Roldán, y participó en el Segundo Festival Papel y Tinta, en el cual su Banda Gigante se presentó junto a la Orquesta Riverside, el Conjunto Chapottín y La Aragón.
En ese año realizó su última grabación, el montuno-cha “El Cañonero”, e hizo actuaciones en la villareña Fomento. En febrero siguiente tuvo lugar su última presentación, en el pueblo de Palmira, hoy perteneciente a la provincia de Cienfuegos. Cuatro días después fallece en La Habana.
Desde entonces, muchos han sido los reconocimientos que le han tenido como eje, desde un filme recreando su vida y obra, recopilaciones de sus discos y hasta un Festival Jazz Plaza dedicado a su memoria.
Este último tuvo lugar en el centenario de su natalicio, en 2019. Primero, como parte del XIV Coloquio Internacional de Jazz Leonardo Acosta in memoriam, en la conferencia, Maestros Centenarios en la Historia Musical Cubana.
En ella, los investigadores Radamés Giro, Joaquín Borges-Triana y José Reyes, y los músicos Alain Pérez y Maikel Elizarde, valoraron las posibilidades creadoras y estéticas que brindaba y la vigencia de sus obras.
Un segundo momento-tributo tuvo lugar en la sala Covarrubias del Teatro Nacional, con el concierto “Benny Moré un Siglo Después”, con el guitarrista Héctor Quintana como protagonista central de la noche y que contó, entre otros, con un tema de Bobby Carcassés dedicado al Bárbaro del Ritmo, titulado Blues con Montuno.
Se narra que por petición expresa del artista, hace 58 años, sus restos fueron sepultados en su pueblo natal, Santa Isabel de las Lajas. Su tumba es objeto de peregrinaje de sus seguidores nacionales y extranjeros, como el que escribe ha constatado.
Se escribió:
“durante todo el recorrido de la caravana por la Carretera Central, los poblados y ciudades paralizaban prácticamente sus labores para darle el último adiós a su ídolo. Una vez en su pueblo, en el barrio de La Guinea, la Sociedad de los Congos lo despidió con un solemne rito funeral mayombero de origen bantú, a base de banderas para abrir los caminos y espantar los malos espíritus. El día 20 de febrero a las 4.00 de la tarde fue sepultado en la necrópolis de su pueblo”.
Quizás, al cumplir 60 años de aquella luctuosa jornada, instituciones culturales como el Instituto de la Música o la Asociación Hermanos Saíz propicien rememorar al Benny de igual forma, como un ícono inmortal de la música y cultura cubanas. La idea está lanzada.
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