Elle. Carne dura, corazón castrado (Mes de la Cultura Francesa en Cuba)
Por: Berta Carricarte
Sin dudas Isabelle Huppert es una de las actrices más importantes y de más sólida
carrera en Francia. Tiene el poder de enganchar al espectador, de la misma manera
que lo hicieron las grandes divas del cine estadounidense como Bette Davis o
Katharine Hepburn. Pero a diferencia de aquellas, la francesa ha sabido acumular años
sin perder frescura, sin ser presa de la natural decadencia cronológica. Tenía ya 62
años cuando protagonizó Elle (Paul Verhoeven, 2016), donde se la ve rozagante; como
si viviera una perpetua juventud en la escena. Ostenta allí una vitalidad extraordinaria
que le permitió encarnar a una atractiva mujer de unos cuarenta y pocos años, que
sufre acoso y violación por parte de un desconocido, sexualmente obsesionado con
ella.
Como buena parte del cine que se produce hoy en el mundo, es difícil atribuirle un
género específico a Elle. Catalogada como thriller psicológico, transita por la comedia,
el drama sentimental, el suspenso y la comedia negra. Tras diez años de inactividad,
Elle ha sido el primer filme del director, guionista y productor neerlandés Verhoeven,
recordado por Robocop (1987) e Instinto básico (1992). En 2006 había estrenado
Zwartboek, un filme bélico, exaltado como el mejor en la historia de su país, según el
voto popular de sus coterráneos.
En esta coproducción entre Francia, Bélgica y Alemania, y escrita por David Birke,
Michèle es la dueña y manager de una empresa productora de videojuegos para
adultos, dentro de la línea erótico-porno. Ella dicta las normas de representación que
harán de su producto cibernético una mercancía codiciada. Exige morbo y violencia
gráfica para garantizar la satisfacción del público meta; y ofrece indicaciones muy
precisas sobre la intensidad y duración, por ejemplo, del orgasmo de un personaje
fantástico, neogótico, queer…
Todo comienza cuando es violada en su propia casa. En principio no parece interesada
en hacer la denuncia a consecuencia de las malas prácticas policiales que, en el
mundo entero van por la revictimización de la agredida antes que por la captura del
delincuente. Esta actitud de los aparatos de la represión y el orden condicionan la falta
de confianza de la ciudadanía y la actuación impune de los victimarios. Sin embargo, lo
que en realidad le impide a Michèle recurrir al amparo de la justicia está más bien
relacionado con un infeliz evento ocurrido en su niñez, a partir de lo cual ha
desarrollado un sentido bastante retorcido de lo que es la tranquilidad, la ecuanimidad,
la resiliencia y la justicia.
A diferencia de esos personajes encartonados en una ética impoluta, repartidores de
beatitud y ejemplo de virtudes ciudadanas, Michèle obra de forma bastante
cuestionable, visto desde una concepción judeocristiana del bien y el mal. A pesar de
su éxito financiero, es un ser humano atravesado por complejos, maldades,
deslealtades y debilidades cotidianas, envidia, prejuicios, baja autoestima, rabia y egoísmo. Todo en pequeñas dosis como para que su verosimilitud sea su mejor
defensa y su mayor atractivo ante quienes vean en ella un espejo identificador.
Otro aspecto relevante en el bastimento de caracteres que se aprecia en Elle, está en
el diseño del personaje de Patrick, interpretado por Laurent Lafitte (El pueblo y su rey,
2018) actor y comediante de cine, televisión, teatro y radio. Un maltratador, un
abusador, un violador, un asesino en serie no es, por fuerza, un tipo feo, deforme,
repugnante a la vista cuyo tránsito por el mundo es una visible y patente declaración de
maldad. Ya sabemos que hay un macabro doblez en aquellos individuos que cometen
delitos contra las mujeres, aprovechando que ellas han sido ingenuas al establecer
lazos afectivos con ellos o al tener un infortunado encuentro.
En la cinta francesa Elle, la situación se lleva hasta el sadomasoquismo. Sin embargo,
se resuelve con una maniobra muy folletinesca -final de comedia negra- que, de todas
formas, pone en valor la autoestima del sujeto femenino, lanzando un mensaje positivo
y reivindicador para muchas mujeres que atraviesan situaciones similares: el amor no
es dolor, no es sometimiento, no es daño físico, no es sadismo ni masoquismo; incluso
no es la romantización de una dependencia espiritual o material. Tampoco es engaño,
limosna, traición, ni es el deseo de uno ejercido como maltrato y mutilación o
enajenación del otro.
Michèle tiene confrontaciones con su ex, con su hijo, con su nuera, con su amante, con
los hombres que dirige en su empresa. A veces le asiste la razón, a veces se excede
en complacencias, a veces carece de tacto para enfocar los hechos y las presuntas
soluciones. A veces prima su feroz individualismo, ese, que al mismo tiempo la
humaniza y la hace fascinante y creíble. Michèle es fría, superficial y ególatra; pero
también es inteligente, arriesgada y sagaz. Se purifica en un final moralizante que le
alcanza para reconciliarse con su ex, sus empleados, su hijo, su nuera y su mejor
amiga. Esta restitución de funciones y valores es lo menos realista de un filme que
cuestiona la apatía espiritual del mundo contemporáneo, la indolencia y la pereza moral
de la humanidad moderna, sin acabar de imponerse a su errática humorada.
Signatarios y detractores de la cinta coinciden en alabanzas para Isabelle Huppert, una
artista de sólida formación. Estudió lenguas eslavas y orientales y se licenció en
filosofía y letras en la Universidad de la Sorbona, y también tomó cursos en el
Conservatorio de Versalles y en el Conservatorio Nacional de arte dramático. Con
respecto a su personaje en Elle, ha dicho: No tengo problemas con la amoralidad de la
historia. Casi todas las buenas películas, como los buenos libros, tienen una cierta
dosis de amoralidad.
Musa de grandes directores como Claude Chabrol (La ceremonia), André Téchiné (Las
hermanas Brontë), Haneke (La pianista) y François Ozon (8 mujeres), tuvo el privilegio
de encarnar el protagónico en Madame Bovary (Chabrol), un clásico de la literatura
francesa y mundial. Por su parte Elle le valió el Globo de Oro a la Mejor actriz y
nominación al Oscar en esa misma categoría.
La mejor escena del filme (spoiler): en sus tres últimos segundos de agonía Patrick
mira a Michèle como un fiel enamorado víctima de alta traición. Con un inaudible
susurro le pregunta «¿Por qué?», y se va de este mundo sin enterarse de su propia
depravación, de la frivolidad y el pragmatismo de Michèle, ni de la cáscara dura y
rancia con que ha sido envuelta la estéril pasión que compartieron un día.
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