120 años de cómic en Cuba
Por: Haziel Scull Suárez
Latinoamérica ha sido una región donde el cómic se ha introducido como un elemento referencial en el consumo de las masas. Países como México, Argentina, Brasil y la propia Cuba, tienen una fuerte tradición historietística que valida nuestra afirmación además de ejemplos varios en cuanto a impronta en el Noveno Arte a nivel mundial.
Escribir una reseña del cómic en Cuba, debería comenzar con la mención que se hace en el libro La novela grafica[1], a una página publicada en la revista Don Junípero en 1864, realizada por el pintor bilbaíno Víctor Patricio de Landaluze considerada, además, la primera historieta española en sí.
Sugerencia de lectura: En busca del origen del cómic cubano
Debido en parte a las categoría de colonia que tenía Cuba y a la poca trascendencia que tenía la historieta en ese momento en el mundo, no se tienen nociones de cómic en Cuba hasta finalizado el siglo XIX que, coincidiendo en el tiempo con el fin de la Guerra por la Independencia cubana (y la consiguiente intervención estadounidense), trae al escenario nacional una manifestación gráfica que en ese momento comenzaba a dar sus primeros pasos a nivel internacional.
Tras su triunfo como manifestación artística dentro de los medios de difusión masiva en los propios Estados Unidos y debido a su fuerte poder expansivo, unido a la condición sociopolítica de la isla ya iniciada la República en 1902; se hace posible primero la llegada y luego el consumo en grandes cantidades, del cómic estadounidense a Cuba.
Era típico que estos aparecieran en algunos de los principales periódicos de la época: El País, El Diario de la Marina y El Mundo. Las famosas series de cómic Educando a papá (Bringing up father. George McManus, 1913), El capitán y sus pilluelos (The Katzenjammer Kids. Rudolph Dirks, 1897) o Bertín y Eneas (Mutt and Jeff. Bud Fisher, 1907), se encontraban entre las publicadas en estos periódicos comenzada ya la segunda década del siglo veinte.
En este primer momento, si bien existen algunos intentos de dibujantes del patio en crear de alguna forma cómic cubano, a lo que asistimos realmente es a la conformación de Cuba como Estado, con sus propias limitaciones culturales y artísticas. Y en esa configuración el cómic aún no se manifiesta como un elemento de la cultura nacional, por lo cual tampoco se muestra un interés por ponderar las creaciones nacionales.
No sucede con la historieta lo que sí con la caricatura, la que desde el mismo principio de la República, con el personaje de Liborio de Carlos de la Torriente, y pasando por El Bobo (Eduardo Abela) o El loquito (René de la Nuez) se consolida y toma vida propia.
Reconocida como una de las obras primeras de carácter nacional, estuvo El curioso cubano de Heriberto Portell Vilá, realizada alrededor de 1927.
En 1936 y durante tres años, Rafael Fornés publicó José Dolores en la revista Rosa, suplemento del periódico El Avance Criollo. Contaba en ella anécdotas humorísticas protagonizadas por un negro. Resulta curioso como en la mayoría de estas primeras historietas, de creadores cubanos, el tema de lo nacional a través de lo popular se convierte en centro de la narrativa. Esto pudiera deberse a dos factores:
-En primer lugar una natural oposición a la influencia estadounidense en Cuba por ser responsable de la caricaturización del país. Con esto añadimos que la situación en los años 30 del siglo XX se ha visto permeada por una revolución que da al traste con el gobierno del presidente Gerardo Machado. Su caída representa el fin de la primera República, marcada por la intromisión estadounidense y la molesta Enmienda Platt. Para muchos sectores, sobre todo intelectuales y artistas, la oposición a los EEUU, va a significar entonces una posición cubana y patriota
-En segundo lugar al lento, pero en aquel momento ya consolidado, proceso de aceptación del ser cubano. Las investigaciones de Fernando Ortiz, así como los movimientos intelectuales de finales de los años veinte (la revista Avance y Orígenes, por ejemplo) que investigaban sobre toda manifestación artística cubana con el fin de preservarla y divulgarla, lograrían que la concepción de cubanidad fuera capaz de llegar a todos los planos de la vida social.
Manteniendo la cronología, hallamos que en el periódico Hoy llegó a publicarse la llamada Página infantil, y es este mismo periódico el que en 1952 edita un suplemento dominical conocido como Hoy Infantil. Para él dibujó Horacio Rodríguez La vida de Julio Antonio Mella y Pelusa y Pimienta y, también Adigio Benítez a quien se debió Espartaco.
El periódico Información, por otra parte, fue el que mayor número de historietas cubanas publicó y logró mantener de forma estable, de 1938 a 1960, un suplemento de cuatro páginas con las series realizadas por autores nacionales. Estas historietas se pudieran caracterizar por ser mayoritariamente humorísticas y por la representación de personajes del tipo popular. Entre ellas pudiéramos nombrar a El eterno sainete criollo, de Calos Robreño; Episodios de la historia de Cuba, de Plácido Fuentes y Napoleón, de René de la Nuez.
Con guion de Marcos Behemaras y dibujo de Virgilio Martínez se presentó en la revista clandestina Mella, a partir de 1955, la historia de Pucho y sus perrerías. Más o menos en ese sentido iba la historieta de Julito 26 y Juan Casquito, personajes creado por Santiago Armada (Chago) en 1958 para el periódico El Cubano Libre. Estos personajes representaban al guerrillero que se encontraba en la Sierra Maestra bajo las órdenes de Fidel Castro y forman parte de la riqueza patrimonial con la que contaba el Movimiento 26 de Julio en las montañas, junto con la emisora Radio Rebelde. En ambos casos la tirada era muy reducida y la distribución muy poco dispersa debido a su carácter clandestino.
Si se analizan los trabajos realizados hasta 1959 (un parteaguas real en todos los sentidos de la vida cubana), notamos que el tono general del tipo de cómic que se hacía iba en dos sentidos: en un extremo era de humor y de entretenimiento, basado en personajes/situaciones de la cotidianidad, mientras en el otro estaba el enfrentamiento a un sistema excluyente e irresponsable en la coordinación de la vida nacional. Aunque existían estas maneras de enfocar las historias en viñetas sí existía algo común en ambas y es que se notaba la búsqueda de un estilo y una narración diferente a la hegemónica estadounidense.
Sin embargo esa misma influencia que nos da el cómic de EUA, fue la que logró que el público cubano se fuera convirtiendo en gran consumidor de este arte y pese a la calidad y deficiencias que pudieran encontrarse en las ellas y la política de distribución de las empresas radicadas en Cuba, se llegó a un nivel de conocimiento y apreciación del cómic tal, que el camino estaba bastante allanado para la conmoción cultural que supuso la Revolución.
Muchas fueron las publicaciones que dieron espacio a la historieta la mayoría de forma parcial y otras de manera íntegra. Algunas de ellas se mantuvieron durante años, sobreviviendo unas pocas, mientras la gran mayoría desaparecieron.
Sin embargo, es en 1961 con el surgimiento de la revista El Pionero que puede comenzarse a hablar de la consolidación de la tradición historietística nacional y la fundación de una especie de escuela nacional.
Las historias aparecidas en él, en un primer momento, pudiéramos decir que siguen cuatro carriles fundamentales e identificables:
-El primero se basa en la copia y readaptación de algunos de los cuentos clásicos a lo Walt Disney.
-El segundo lo conformaron las adaptaciones de obras literarias
-Un tercero llevaría como pauta la recreación de episodios históricos y la vida de los principales patriotas nacionales (y en mucho casos extranjeros), y
– El cuarto y probablemente el de mayor interés y repercusión, los guiones originales de historias diferentes autores cubanos.
Como nos menciona la investigadora Caridad Blanco[2], Pionero tuvo su esplendor entre 1966 y 1972 aproximadamente, período durante el cual vieron la luz algunas de las mejores logradas series y también las más recordadas. Entre ellas: Matías Pérez (Luis Lorenzo, 1969), Los conquistadores del fuego (1968), pero sobre todo la pléyade de historias que protagoniza Elpidio Valdés, personaje nacional por excelencia y que viera la luz por primera vez en el semanario en agosto de 1970 de la mano del genial Juan Padrón.
Esta publicación que contó con el experimentado Virgilio Martínez, contribuyó a la consolidación de estilos diversos a la hora de dibujar historietas, manteniendo aún así una surte de estilo cubano, a la vez que buscaba la encarnación de argumentos serios, aunque no se desdeño nunca los de caracteres humorísticos.
Es en ella, además, donde comienzan a darse los primeros pasos de lo que después y hasta el año 1990, podemos considerar Escuela Cubana de Cómic en cuanto a factura, dibujo, historia y formas de edición de las diversas historietas que se crean.
Otra publicación de obligada mención es Palante, también de 1961. Y aunque esta más bien se ha centrado en el humorismo gráfico, es importante mencionar como por sus páginas pasaron personajes de la historieta cubana como el Holmos de Alberto E. Rodríguez (Alben) y el ¡Ay, vecino!, de Francisco Blanco.
Zunzún, con mayores pretensiones como publicación infantil, había aparecido en 1980 bajo el amparo de la Editora Abril. Recibió en sus primeros tiempos la influencia de Virgilio Martínez y luego se nutrió del pensamiento de alguno de los jóvenes realizadores que habían transitado por diferentes niveles del trabajo de investigación en relación con la propaganda destinada a los pioneros.
En Zunzún se alternaron, por más de diez años las series: Cucho, de Virgilio Martínez en una primera etapa; El Capitán Plín, de Jorge Oliver; Yeyín, de Ernesto Padrón; Matojo, de Lillo; Yarí, de Roberto Alfonso y el eterno Elpidio Valdés. Para la revista ilustró además Orestes Suárez, mientras sus historietas fueron apareciendo en otras publicaciones. Con un sentido enfático hacia lo ético, en la revista Zunzún, los personajes transitaron por los histórico, lo fantástico, el ambiente cotidiano o la ciencia ficción sin abandonar en ningún momento el espíritu humorístico en las narraciones ni la calidad gráfica en el dibujo.
Las bases que sentaron estas dos publicaciones (Pionero y Zunzún) como contenedoras de una cantera de historietistas, así como de visualizadoras de un estilo propio le dan categoría de Academia. El estilo, los enfoques y la manera de poner en papel la infinidad de historias que transitaron por sus páginas tienen un sello propio basado en la moraleja de la historia, la empatía con los personajes y la resolución del conflicto en una, a lo sumo, dos páginas.
Al crearse en 1985 la Editorial Pablo de la Torriente, de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) se pensó en la posible consolidación de la historieta a través de sus publicaciones. La Editorial, tenía entre sus objetivos fundamentales incentivar el desarrollo del género. Articuladas con ese empeño estuvieron las revistas Cómicos y Pablo y el tabloide El Muñe. En ellos se prestigió sin lugar a dudas el carácter del cómic cubano como un elemento característico de la cultura cubana.
Lo explicado hasta aquí no es más que un brevísimo repaso por la historia de la historieta en Cuba, con ciertos datos imprescindibles que se han mantenido al margen de un estudio más serio. En ese camino donde convergen humor y experimentación artística se encuentran valiosos aportes al género en nuestro contexto.
La realización de las Bienales de Historietas desde 1976, después convertidas en Salones Anuales; del I Encuentro Iberoamericano de Historietistas en La Habana de 1990, fueron experiencias enriquecedoras en cuanto a la concepción del cómic como un arte al que hay que pensar y que tiene en el país grandes admiradores. Más cercano en el tiempo, los talleres en Vitrina de Valonia impartidos por historietistas cubanos y foráneos; el encuentro anual que se realiza en Camagüey, Artecómic, y que funciona como el punto de convergencia de todos los creadores del país; los Coloquios bienales Historieta: Identidad y Memoria, organizados para pensar el cómic como una referencia cultural de carácter nacional; los aportes del trabajo digital, etc., han ido aportando una nueva mirada al cómic y han validado su propia esencia convirtiéndolo en referencia.
[1] García, Santiago. La novela gráfica. Ediciones Astiberri. Bilbao, 2005. Pág 47anco, Caridad. Cuadros. En: Revista latinoamericana de Estudios sobre la Historieta (Volumen 2, No 8). Editorial Pablo de la Torriente, La Habana, 2002. Pág.
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