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«Argentina, 1985». El Núremberg argentino (+TRAILER)

Por: Berta Carricarte

Me costó trabajo llegar al final y no por los 140 minutos de metraje. Argentina, 1985, es un filme sin ángel, sin aura, sin latidos venales. Tan correcto, neutral y élido que cuesta trabajo creer que encara un necesario e ineludible tema de la historia reciente de Argentina: los juicios contra represores y asesinos amparados por la dictadura militar.  

Los crímenes de lesa humanidad cometidos por regímenes dictatoriales siempre serán una herida abierta en la memoria de sus pueblos. Habrá artistas que tomarán el recuento de aquella negra etapa, para recrearla de un modo u otro en sus obras, porque el dolor colectivo no se cura con el tiempo, y porque siempre queda el compromiso de no olvidar para evitar que se repitan los hechos.  

Estrenada en 2022, y con dirección de Santiago Mitre (La cordillera, Paulina, El estudiante), la película que abre el Festival Internacional del Nuevo Cine latinoamericano, se inspira en sucesos reales y resulta de un guion del propio Mitre y de Mariano Llinás.

Ricardo Darín interpreta a Julio Strassera, el fiscal encargado de presentar en el juicio las pruebas que inculparán a nueve militares involucrados en asesinatos, secuestros y torturas, pocos meses después del arribo de la democracia al país. Peter Lanzani tiene a su cargo el personaje de Luis Moreno Ocampo, figura que acompañará a Strassera en el desencadenamiento procesual de la acusación. Había que demostrar que 700 casos testimoniados no eran el resultado azaroso de la crueldad de un puñado de malignos secuaces, sino el modus operandi de un desgobierno y sus cabecillas.

Un drama típico cuyos diálogos no han sido construidos con la laboriosidad que la ortodoxia impone, sabe a mal. Si la puesta en escena no está pensada con la indispensable minuciosidad que garantiza verosimilitud y empatía, se va por la cloaca. De nada vale que aparezcan personajes recitando los más atroces momentos de su vida, si la situación misma carece de la complicidad y la identificación que exige el modelo narrativo. Un cine-denuncia no empasta con una estética decadente. Puede estremecer a una audiencia cercana, nacional, pero no cala más allá del fervor patrio.  

Fuera del registro documental que con frecuencia puede ser de enorme impacto porque es un género de ontológica sensibilidad al realismo cinematográfico, el cine de ficción no siempre alcanza las cuotas de verismo a las que aspira. En efecto, el filme está plagado de clisés y manierismos dramatúrgicos, que lo hacen tropezar con incongruencias de tono, ritmo y dramaticidad.  Por un lado, insiste en proponer subtramas fantasmales que no llevan a ninguna parte y que necesariamente se esfuman a mitad de película. Así resulta el noviazgo de la hija de Strassera, a quien se presume comprometida con un espía; la sospecha de un atentado en la sala del juzgado o el acoso y las amenazas que sufren Strassera y Moreno Ocampo, como parte de la estrategia de los inculpados, para malograr el juicio.

Por otro lado, el alegato del fiscal soltado a secas como un discurso asambleario, sin que mediara un trabajo inteligente en la puesta en escena, se desvanece según va siendo declarado. Mitre no fue capaz de poner en valor un correlato de imágenes que potenciaran la alocución, y enriquecieran la textura fílmica.

Un error bastante frecuente en este tipo de drama histórico es querer ser fiel a los acontecimientos antes que verosímil y al propio tiempo, jugar con las posibilidades del cine clásico: suspense, corte vertiginoso, fotografía centrada e impoluta, montaje causal, cronológico y transparente; linealidad discursiva, didactismo…

Establecer la familia como centro emotivo del personaje protagónico es otro infortunio de esta película, pues la esposa resulta ser la sombra Pepe Grillo de Strassera; su hijo, el falso primogénito y ¡alter ego de su padre!; la hija contestona, mezcla de me-da-igual con me-importa-un-bledo. Si acaso, el tejido doméstico surte efecto para reforzar la debilidad de carácter del jurista, su personalidad titubeante, que no acierta a eludir su trabajo (más que su responsabilidad), y señala sin tapujos la obliteración y mutismo de la clase privilegiada, durante los oscuros años de la dictadura, que constituían su realidad ideológica apenas unos meses antes del momento que narra la película.

La historia oficial (Luis Puenzo, 1985), bombazo internacional en su momento y un clásico dentro del tema, fue probablemente el primer largometraje realizado en Argentina, donde se denuncia el régimen represivo y vandálico, a dos años de distancia de la dictadura cívico-militar impuesta en el país entre 1976 y 1983. Otros títulos inolvidables como Garaje Olimpo (Marco Bechis, 1999) y La noche de los lápices (Héctor Olivera, 1986), todavía son comentados por el público cubano.

El “Señores jueces… Nunca más” pronunciado por Darín/Strassera en las postrimerías del juicio, tenía que ser un disparo a la nuca del espectador. Quizás lo es para el público local protagonista y doliente. La frase alude al título del informe final de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, concerniente a la investigación de los hechos que hundieron en el limbo histórico a 30 mil seres humanos desaparecidos durante siete años de terrorismo de estado. 

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