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«El mundo de Nelsito». Del melodrama al humor negro

Por: Berta Carricarte

Hace rato que Fernando Pérez estaba a punto de hacer una comedia. Y por fin salió: El mundo de Nelsito (2022) con guion del propio director y Abel Rodríguez quien, por cierto, había sido coguionista de Últimos días en La Habana, filme con no pocos momentos de hilaridad, pero todavía inmerso en lo melodramático.

Nelsito (José Raúl Castro) es un falso narrador omnisciente que, escudándose en una voice over, simula reinventarles la existencia a sus vecinos para su propio deleite, como si aquel onanismo mental, le diera refugio contra tanta miseria material y humana que vive Cuba ahora mismo. Nelsito se evade. Se va lejos para aproximarse a relatos tan imposibles como deliciosos. Se burla hasta de sí mismo a través de todos los que piensan que su mente es un pedazo de carne abstraída en el ser y la nada. Nelsito que ya una vez fue Bebé (La vida es silbar) y Luis (La pared de las palabras) ahora no viene a derramar lamentos ni quejosas supercherías. Nelsito viene en estilo mutis a poner en pantalla algunas de sus perversas especulaciones, sus sombras y monstruos privados.

Hablando de monstruos y monstruas, hay al menos cuatro en la película: Isabel Santos, Laura de la Uz, Edith Masola y Jacqueline Arenal. Cuatro bestias fuera de liga que otra vez lo dan todo frente a cámara. Qué hermoso verlas en un reparto coral de talento y de amor al arte. Y todos los demás compitiendo con igual destreza: Paula Ali, Mario Guerra, Armando Miguel Gómez, Yerlín Pérez y los espectaculares niños que encarnan a sus dos hijos. No me hagan hablar de las dos jovencitas de la última viñeta; ¡qué dolor! Casi se va a pique la película en esos 15 o 20 infortunados minutos. Dejémoslo ahí.

Tan interesante como la puesta en escena es la estructura argumental del filme. Se trata de una narración con focalización interna a partir del punto de vista de un actante incrustado en la historia (Nelsito). De modo recurrente él retoma su monólogo interior para interrumpir la crisis que da fin a cada anécdota y recordarle al espectador que está a merced de sus alucinaciones.

Una y otra vez se abren diferentes instancias diegéticas, historias sucedáneas, en las que las mismas personas (Ana, Carmela, etc.) desempeñan personajes diferentes. Digamos, quien es acá una artista plástica frustrada con un hijo autista, allá es una pintora empoderada, dueña de una mansión y asesina serial. Por lo que el punto de vista cambia en la medida en que el protagonismo se traslada de un sujeto a otro, creando un efecto similar al propuesto en Espejuelos Oscuros (Jessica Rodríguez, 2015). Incluso hay un desdoblamiento hacia un segundo narrador autodiegético, una jovencita que (¡aparentemente!) convalece en la misma sala de hospital, que Nelsito.

En un gesto de replanteada modernidad, Fernando Pérez deja al descubierto su autoconciencia lingüística y proclama la pérdida de confianza en el referente, en el suceso objetivo, en la llamada “verdad”. Impone el rechazo a la estructura lógica del discurso, mientras lo psicológico adquiere preeminencia al dejar en manos de un presunto autista el ordenamiento ilusorio de un espacio tiempo onírico y antinormativo, que se manifiesta en la hojaldrada solución del montaje.

Sospecho que quienes padecen algún trastorno del espectro autista (TEA) tienen un mundo que enseñarnos a los que no alcanzamos esa condición. Nelsito ha escamoteado su potencial de interacción humana, como si fuera un tesoro que preserva con celo. Esto le permite observar sin ser tomado en cuenta, pasar inadvertido, hacer el demente, el loco, el tonto. 

Una de sus fuentes temáticas es la televisión de la que extrae el material genético para sus historias. Crea de forma virtual, relatos que vive como si fuera un demiurgo. Mientras los demás, solo disponen de su limitada realidad cotidiana, Nelsito, vive todas las realidades que se le antojan. Gracias a su capacidad de empatía experimenta como propias las acciones, sensaciones, y emociones de quienes le rodean. En principio esto se contradice con la caracterología del TEA, pues los autistas, como rasgo típico, presentan una disfunción neuronal que inhibe la capacidad de comprender e identificarse con las acciones del prójimo, y su comunicación con otros individuos sigue derroteros desemejantes.

Sin embargo, este Nelsito es un simulador fantástico y quién sabe si, gracias a que el cerebro es capaz de modificarse en función de la experiencia psicosocial y socio-cultural, se acabó su disfuncionalidad, su capacidad de ausencia, y toca fin a su retiro social. ¿Para vivir aquí y ahora? ¿La cola del pollo, los apagones? Quién sabe si él ya ha superado su patología y no le da la gana de decírselo a nadie.

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