Combatiente de la imagen en movimiento
Por: José Dos Santos
Mulato curtido en tareas al aire libre, Héctor Ochoa siempre estará en la memoria de quienes le conocimos como el hombre enérgico y directo al hablar, con su eterna gorra verde olivo, un entrañable recuerdo de Playa Girón, cuando filmó la derrota mercenaria y un rotundo triunfo de sus ideas patrióticas.
Ochoa fue siempre un torbellino indetenible con su “cámara de cuerda”, una Bell & Howell, como se usaba en sus inicios de reportero fílmico y a la que nunca renunció a pesar de las nuevas tecnologías que luego tuvo a su alcance. Le encantaba el “cuadro a cuadro”, los olores de la química para el revelado de aquel celuloide translucido en el que las imágenes captadas cobraban vida “24 por segundo” para registrar históricas escenas como las dejadas por el ciclón Flora en su paso por el oriente cubano, en 1963, fecha en la que también fue fundador de su querida Unión de Periodistas de Cuba (Upec).
Entre los documentales realizados por Héctor Ochoa se hallan El festival de la toronja (1962), El castero (1965), Vanguardias del volante, de los Estudios Cinematográficos de la Televisión Cubana, y La verdad del suceso (2014), (Premio de la Caribbean Broadcasting Union y del festival Caracol de la Uneac).
De él se ha escrito mucho en estos días por dos razones: su fallecimiento a los 92 años y, en días previos, haber ganado el máximo galardón del periodismo cubano, la Orden José Martí por la obra de la vida.
En estas fechas se reprodujo en Cubadebate una entrevista que le hiciera hace un par de años el joven colega Andy Jorge Blanco que resume brillantemente su origen e historia.
Fue asistente de luminotécnico en las películas Siete muertes a plazo fijo (1950); Música, mujeres y piratas (1950); La Rosa Blanca, momentos de la vida de José Martí (1953); Más fuerte que el amor (1953); Casta de roble (1954); La pandilla del soborno (1956); y Yambao (1957).
Por eso estas líneas no abundan en sus méritos y realizaciones y se ciñen a hacerle mi homenaje personal a ese impetuoso veterano, que, en mis tiempos de dirigente nacional de la Upec, irrumpía en mi oficina con materiales en elaboración y/o ideas para recrear pasajes de la historia de nuestra Revolución de la que había sido testigo.
Su entusiasmo contagiaba, porque además de lo sensato de su propósito, lo expresaba en una jerga popular y cariñosa, difícil de no hacerle un ser sumamente simpático.
En 1959 comenzó a trabajar como camarógrafo en la Dirección de Divulgación del Palacio Presidencial. Ello le permitió filmar acontecimientos relevantes de la naciente Revolución Cubana, que después eran transmitidos por el Noticiero Nacional de Televisión. Entre ellos, Ochoa recuerda la primera concentración popular efectuada el 22 de marzo del ’59 en dicha casa de gobierno; el primer desfile por el Día Internacional de los Trabajadores, en la Plaza de la Revolución; la I Declaración de La Habana; el último discurso de Camilo Cienfuegos el 26 de octubre de 1959.
Compartí con frecuencia con él durante los 12 años que permanecí como vicepresidente de la organización gremial, en cuyas actividades de corte histórico siempre estuvo presente. En una de ellas, en la presentación de un libro sobre Fidel, expuso con gran elocuencia y su habitual vehemencia su admiración por el Comandante en Jefe, de quien estuvo cerca en trascendentales acontecimientos. De ese momento le tomé las fotos que acompañan estas líneas.
A finales del pasado febrero, le llamé cumpliendo una encomienda del Grupo Asesor, al que pertenecíamos, y él acababa de salir del hospital: un asunto –me dijo—de la próstata y “otras cositas” lo habían llevado allí y debía de darle seguimiento con varias pruebas.
Nada traslucía su gravedad porque seguía con su energía intacta y la memoria envidiable, al punto de reconocer por teléfono mi ahora gastada voz y luego de yo saludarle, preguntarme con una expresión de otros tiempos: “¿Dígame, jefe?”
Bromeamos durante minutos sobre los avatares de la vida y la profesión y compartimos la satisfacción de ambos de haber sido propuestos por el Grupo Asesor para el Premio que, en justeza por su obra, se le otorgó entre otros cuatro valiosísimos colegas y que, lamentablemente, él no pudo sostener entre sus huesudas manos. Fue nuestra última conversación.
“Pionero de la fotografía en el cine cubano” durante el I Festival Nacional UNEAC de Cine (1984); Premio Festival de Nueva York (2004) por el documental Médicos en Girón; Artista de Mérito del Instituto Cubano de Radio y Televisión (2007); Premio Nacional de Televisión por la Obra de la Vida (2009); Premio Caribbean Broadcasting Union (2015) con el documental La verdad de la historia, sobre los días de Girón…
Con Ochoa, el periodismo cubano no solo ha perdido a un excelente camarógrafo y documentalista, premiado en diversas ocasiones; uno de esos profesionales formados en el quehacer desde abajo y temprana edad; combatiente en la clandestinidad, exiliado y luchador permanente.
También ha incorporado en el cuadro póstumo de la profesión a un ejemplo a seguir, a uno que, como dijo en la citada entrevista “¡Yo soy guapo! Para ser periodista hay que ser valiente”.
Convicción que trasciende la guerra militar, aplicable al combate que a diario estamos convocados los cubanos ante los desafíos de todo tipo que enfrenta nuestra sociedad.
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